domingo, 26 de junio de 2011

Ramiro Fernández Badel

Adalid de la lucha Caribe


El viernes 11 de febrero de 2011, en Corozal, la región rindió homenaje a quien fuera el último director del SIPUR y el gran animador del proceso CORPES


Por Bernardo Ramírez del Valle
Centro de Pensamiento Regional del Caribe Colombiano –CEPENSAR CARIBE

Hace treinta años, cuando apenas Posada Carbó, Bell Lemus, Múnera Cavadía, Rey Sinning, Guerra Curvelo, Meisel Roca, Hernández Gamarra, Abello Vives y Parada Corrales se asomaban al mundo del estrellato académico en los temas de la historia, la antropología, la sociología y la economía del Caribe, y eran casi desconocidos los relatos de las confrontaciones regionalistas en Colombia, este hombre de contextura menuda, rápido caminar y ágil pensamiento recorría de cabo a rabo la extensa geografía de la región Caribe colombiana (que entonces llamábamos costa atlántica), vendiendo la extraña y exótica idea de que en la planificación del desarrollo estaba el secreto para resolver los problemas del atraso y la pobreza que afectan al pueblo costeño, una cepa que, según el Oráculo de Aracataca, deviene de la primigenia estirpe de los Buendía, la misma que fundó la aldea de Macondo a orillas de un rio de aguas diáfanas, que se precipitaban en un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos, en una lejana época en la que las cosas no tenían nombre y había que señalarlas con el dedo.      

Pero a diferencia del gitano Arquímedes, que se murió sin convencer a los macondianos costeños de sus especulaciones y experiencias esotéricas, Ramiro Fernández Badel logró inocular en las viejas y nuevas generaciones caribeñas el espíritu de la planeación del desarrollo como la verdadera piedra filosofal que sería capaz de transmutar los pesados y vulgares metales de nuestro subdesarrollo, en la plata y el oro de la prosperidad social y económica. Gracias a su inagotable dinamismo, que lo comprometía y consumía en cuerpo entero y le hacía olvidar los deberes para con su propia existencia (alguien me dijo un día, que Ramiro estaba hecho sólo de huesos, cerebro y nervios), este planificador regional (uno de los primeros y mejores del país) logró conducir y articular, en el primer lustro de los años ochenta del siglo XX, el difícil proceso de integración regional que finiquitó al moribundo SIPUR (Sistema Integral de Planificación Urbana Regional) y dio vida al CORPES C.A (Consejo Regional de Planificación Económica y Social de la Costa Atlántica).

El sobrino de Donaldo y Dimas

Ramiro José Fernández Badel nació en Corozal, Sucre, el 16 de marzo de 1943, en el seno de una ancestral y acomodada familia de esa entonces provincia de Bolívar. Fue el mayor de dos hijos (le sobrevive su hermana María Claret) del matrimonio formado por don Manuel Antonio Fernández González, un próspero comerciante e industrial del Carmen de Bolívar, que montó en Corozal el almacén más grande y surtido de toda esa comarca, y doña Sulma Elvira Badel Martínez, una noble y virtuosa matrona corozalera cuyos ascendientes llegaron a América provenientes de las tierras de Gales para poblar las extensas y hermosas sabanas de Bolívar. Ambos hermanos quedaron huérfanos de padre a muy temprana edad, por lo que la formación y orientación paterna correspondió a sus tíos Dimas Badel, en Corozal, y Donaldo Bossa Badel, en Cartagena. ¡Nada menos!

Con Dimas Badel, recorrió la extensa geografía bolivarense, cuando todavía no existían los departamentos de Córdoba y Sucre, encaramado en las primeras lanchas a diesel de lerdo andar, que recorrían los ríos Cauca, San Jorge y Sinú y de cuyas expediciones saldría el ‘Diccionario Histórico-Geográfico de Bolívar’. Con su tío Donaldo vivió un tiempo en Cartagena, donde cursó algunos años de la preparatoria, para luego seguir estudios secundarios en el afamado Colegio San Ignacio de Loyola de Medellín (1960), a donde iban a estudiar los hijos de las familias costeñas más pudientes de la época. De sus tíos Dimas y Donaldo aprendió el buen arte de la política (el primero fue alcalde de Corozal y el segundo gobernador de Bolívar) y el amor por el estudio (igual que el expresidente Kennedy, Ramiro se leía un libro en dos días a razón de 1.300 palabras por minutos), pues de niño pasaba sus ratos de esparcimiento metido entre sus inmensas y vetustas bibliotecas, donde se conservaban intactos, aunque mohosos y amarillentos, libros de antes de la Guerra de los Mil Días, gracias a la poderosa cualidad desinfectante de las bolitas de naftalina, que se extraían del alquitrán de la hulla. Muchos años después, en la voluminosa biblioteca de su casa en Barranquilla, revueltos con toneladas de recortes de periódicos que contaban la vida y obra de los más importantes políticos de Colombia y la región Caribe (uno de sus predilectos pasatiempos), conservaría muchos de aquellos libros “incunables” que logró rescatar de las bibliotecas de sus tíos, y que acomodaba entre los nuevos para disimular su vetustez casi centenaria.     

Arquitecto del desarrollo

Terminado su bachillerato, lo mandaron a Bogotá, donde comenzó los estudios de arquitectura en la Pontificia Universidad Javeriana, carrera que terminó en 1967 en la seccional de la Universidad Nacional de la “Ciudad de la Eterna Primavera”. Ese mismo año contrajo matrimonio en Medellín con la distinguida dama antioqueña María Alicia Álvarez Heredia, el 27 de julio de 1967, de cuya unión nacieron cuatro hijos: Manuel Antonio, Lina María, Carlos Eduardo y Ángela María. De regreso a su terruño nativo, se incorporó de lleno al servicio público, desempeñando por cuatro años el cargo de director de la Oficina de Valorización Municipal (1970-1973), que le ganó el epíteto de “doctor pavimento” por su hazañosa tarea de pavimentar casi todo el casco urbano de ese municipio. Luego se vinculó al SIPUR, como coordinador de esa entidad en el departamento de Sucre (1975-1978), iniciando desde ese momento una ascendente carrera planificadora, que lo llevaría a desempeñar los cargos de Secretario de Planeación de Sucre (1976); asesor de cabecera del Ministro de Agricultura del gobierno de López Michelsen, Gustavo Dáger Chadid (1979-1981); delegado del Ministro de Agricultura en el Congreso Interamericano Agroindustrial (México, 1980); delegado del Ministerio de Agricultura en la Reunión del Medio Ambiente para América Latina (Lima, 1980); Experto en el Área de Planificación Agropecuaria de la Costa Atlántica del Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas (IICA); Director Ejecutivo del SIPUR (1981-1983); asesor de los gobernadores de Sucre Álvaro Nicanor Hernández y Miguel Navas Meisel; asesor de los gobernadores del Atlántico Pedro Martín Leyes y Fuad Char Abdala; asesor-coordinador de CORELCA para el proceso de integración regional, labor que permitió viabilizar el CORPES C.A (1984-1986); Secretario de Planeación Distrital de Barranquilla en la administración del padre Bernardo Hoyos (1993-1994); Director Técnico de la contra-parte colombiana de la Misión Japonesa para el Plan de Transporte Masivo del Área Metropolitana de Barranquilla (1993-1994); Secretario de Planeación de Bolívar (Gobierno de Miguel Navas Meisel 1995-1997); y asesor del Gobernador de Bolívar, Miguel Raad Hernández (1998), año en que fallece repentinamente como consecuencia de un paro cardiaco. 

Paralelamente a esas actividades del servicio público, ejerció por muchos años la cátedra universitaria en la Universidad del Atlántico, la Corporación Universitaria de la Costa (CUC), la Universidad Autónoma del Caribe y la Escuela Superior de Administración Pública –ESAP.

Planificador puro

Ramiro Fernández Badel fue un planificador “pura sangre”, imbuido y embebido en los temas del desarrollo local y regional; formó parte de esa primera camada de planificadores costeños que legó el SIPUR y el DRI[1] a la región Caribe en la década de los setenta, en el inicio mismo del desarrollo institucional de la planeación del desarrollo en Colombia, que no obstante tener antecedentes desde los años cincuenta (Plan Currie), logró su constitucionalización e institucionalización con la Reforma  del  68, en el gobierno de Carlos Lleras. Su saber planificador lo adquirió en las mejores universidades del país (Javeriana y Nacional de Colombia, donde se graduó de Arquitecto, y Universidad de los Andes e Instituto of Social Studies de La Haya-Holanda, donde se graduó de Especialista en Planeación Regional, primera promoción de este posgrado cuyos docentes fueron todos holandeses); lo aplicó en los distintos niveles e instancias de la planificación territorial de la costa Caribe y lo validó en los resultados que obtuvo por toda la geografía regional, traducidos en decenas de planes de desarrollo territoriales; estudios de pre-inversión e inversión; planes de ordenamiento territorial y diseños y ejecución de obras.

En esta perspectiva, su gran frustración fue no haber podido ser director del CORPES C.A (lo intentó tres veces), ni director del Departamento Nacional de Planeación –DNP, cargo al que fue postulado en los inicios del gobierno del Presidente Barco.

En el  primer caso, si bien tenía amigos en toda la región, de todos los partidos, también tenía enemigos, con alta palanca en el DNP, que hicieron lo imposible para impedirle tales propósitos, lográndolo. Nadie hasta entonces había hecho tanto mérito para ser coordinador del CORPES del Caribe como él; nadie hasta entonces había gastado tanta energía para aproximar la dirigencia regional hacia el fin conseguido; para articular esfuerzos y mitigar diferencias. Pero su nombre fue derrotado terna tras terna. En la primera ganó Amílkar Acosta Medina, un destacado dirigente gremial y político de La Guajira, a quien con su aguda inteligencia y sapiencia económica especialmente en temas mineros debemos los costeños la aguerrida defensa de nuestros intereses regionales y nuestra inicial participación como región en las regalías administradas por el Fondo Nacional del Carbón. Luego, en la segunda terna, tras la renuncia de Amílkar para ocupar la presidencia de CARBOCOL, fue escogida Elvia Mejía Fernández, inteligente, dinámica y emprendedora mujer magdalenense, formada en las lides de la planeación regional en la escuela del DRI, que jugó un destacado papel en el proceso que precedió la creación del CORPES C.A, y luego desarrolló una gran labor al frente de esta entidad. Y en la tercera, cuando todo apuntaba hacia que le tocaba el turno a Ramiro, nombraron a Eduardo Espinosa Faciolince, un destacado médico bolivarense que acababa de ser Constituyente. Después de ese tercer intento, el CORPES pasó a un segundo plano en los intereses políticos de Ramiro, porque entendió que su discurso anti-centralista y anti-clientelista era mal recibido por la dirigencia política regional y por los burócratas del DNP, y que de todas maneras, dentro o fuera de esta entidad, podía seguir sirviéndole a la región; y entonces se refugió en el Movimiento Ciudadano, donde llegó a ocupar el cargo de Director de Planeación Distrital de Barranquilla, durante la primera administración del padre Bernardo Hoyos. Para entonces, la ley 152 de 1994 había ordenado la liquidación de estos organismos a partir de 1998 como consecuencia de la consagración constitucional de las Regiones Administrativas y de Planificación (RAP) y las Regiones Entidades Territoriales (RET).

Un hombre político

La vida de Ramiro Fernández Badel estuvo determinada por la política, desde su nacimiento hasta su muerte. Nació en el seno de una poderosa familia política del Bolívar Grande, los Badel de Corozal, de estirpe liberal. Por La Popa, su casa materna (hoy convertida en el cuartel de la Policía Nacional), vio desfilar personajes de la vida política nacional como Jorge Eliécer Gaitán y Carlos Lleras Restrepo, a quienes profesaba una admiración idolátrica. Pero por ella también vio desfilar a cientos de labriegos pobres implorando un mendrugo de pan, y a miles de mujeres viudas y de niños huérfanos por la violencia que azotó al país en los años cincuenta, episodios que lo marcaron profundamente y le forjaron su gran sensibilidad social, haciéndolo comprender lo estéril de la lucha política partidista cuando ésta trasciende los límites de la más sencilla racionalidad. Por eso, a pesar de su alto linaje social y cuantiosa herencia política familiar, Ramiro nunca tuvo aspiraciones electorales personalistas, sino que su inteligencia y gran conocimiento del Estado las entregó al servicio público, que ejerció con finalidades específicas: servirle a los más necesitados y trabajar por sacar adelante la región Caribe colombiana.

Era un hombre extremadamente sencillo, de trato amable y afectuoso; servicial y bondadoso, irracionalmente desprendido de las cosas, al que le importaba quedarse sin comer o sin la plata del taxi con tal de resolverle el problema al que lo necesitara; un hombre político en todo el significado de la palabra: tolerante, que sabía escuchar y responderle al necesitado; que inspiraba respeto y admiración por su sólida formación y actuación intelectual y profesional pero al mismo tiempo confianza y camaradería por la sencillez de sus palabras y actuaciones públicas y privadas y por esa forma Caribe de decir las cosas en el momento apropiado, que nos hacía transportar a la esencia de nuestra propia identidad, aptitudes y actitudes muchas veces no comprendidas y aceptadas por algunas élites “acachacadas” de nuestra dirigencia regional.

Si bien era de estirpe liberal, Fernández Badel tuvo muchos amigos conservadores y de otros partidos: Gustavo Dáger Chadid, Álvaro Nicanor Hernández, Rafael Vivero Percy, Miguel Navas Meisel, Pedro Martín Leyes, Fuad Char Abdala, Bernardo Hoyos, fueron algunos de los dirigentes políticos regionales que lo apreciaron y lo tuvieron a su lado como asesor y consultor técnico-científico.

Un hombre que amó al Caribe

Ramiro Fernández Badel fue un hombre intensamente Caribe. Por igual conocía la aridez del desierto guajiro, como las verdinosas sabanas sucreñas; la Mojana y la depresión momposina como al valle del Guatapurí; la Sierra Nevada de Santa Marta y sus alrededores como la indomable Perijá, la Serranía de San Lucas y los Montes de María; el archipiélago de San Bernardo como al de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. No hubo rincón de la región Caribe que no hubiese sido explorado, conocido y estudiado por su inquieta y prodigiosa inteligencia. También conocía el talento y el talante de la gente Caribe, igual del aristócrata y oligarca cartagenero y samario como del más sencillo indígena guayú o del campesino sinuano. Conocía perfectamente nuestro folclorismo a la hora de tomar las decisiones, en el que solemos anteponer la emoción a la razón. Al respecto decía: "La Costa Atlántica, si desea avanzar a niveles óptimos de desarrollo, debe cambiar la ecuación RAZON-EMOCIÓN. Primero es la razón; hay que pensar, dialogar, diseñar estudios y financiarlos, ejecutarlos y evaluarlos para luego emocionarnos. Sólo haciendo esto, en este orden, podemos elaborar y conseguir el consenso que requerimos para diseñar la estructura regional"[2].

Pero ante todo, conocía a fondo y en detalle la tragedia de nuestra pobreza y abandono. Por eso su discurso fue reivindicatorio y no claudicante, siempre a favor de la causa Caribe, verbalista en extremo, regionalista hasta el cansancio. La región Caribe constituyó el eje de su pensamiento planificador. “Diseñamos una Constitución –decía– ¿cómo no vamos a ser capaces de hacer avanzar hacia un óptimo, la fórmula de Núñez? Queremos una estructura totalmente nueva y amoldada a los tiempos, a LOS TIEMPOS DE LA COSTA. Nos ha llegado la hora otra vez, nos está llamando la historia, nos está tocando el futuro, por ello, estamos en pié de lucha (…) Nosotros los costeños no hemos hecho otra cosa que gestar las grandes ideas de este país. No sólo eso, sino que esta generación costeña, cien años después, vuelve a tener otra oportunidad sobre la tierra al inducir al Estado paquidérmico para que avance en la tarea moderna de administrar mejor a sus ciudadanos”[3].

Un discurso anti-centralista

El discurso de Fernández Badel no gustaba en las altas esferas de Planeación Nacional; tampoco en ciertas élites regionales vinculadas a la frondosa burocracia nacional irrigada por todos los departamentos de la región a través de los numerosos institutos descentralizados del Estado. Era un discurso abiertamente anti-centralista y cerradamente autonomista. Pregonaba que el fenómeno de la voracidad administrativa que ejerce el centro con respecto a la periferia se manifestaba en la forma cómo los diferentes modelos de desarrollo habían succionado la riqueza de los recursos naturales de la provincia colombiana, provocando un desequilibrio interregional (Bogotá-Cali-Medellín) en desmedro de las regiones dueñas de esas riquezas. "Por espacio de 100 años –decía–, las regalías obtenidas del petróleo de los Santanderes, del Llano y del Magdalena Medio; del oro del Chocó y Nariño; del platino y de la madera del Chocó; las esmeraldas, del hierro y del carbón de Boyacá, no han sido invertidas en la misma proporción en esas regiones, como sí se ha realizado en los grandes centros urbanos del país y en los tres departamentos del triangulo de oro. Tales regalías han sido invertidas para equilibrar la balanza de pagos, pagar deudas externas, financiar el desarrollo nacional y financiar los gastos del Estado"[4].

Consecuente con ese pensamiento, propuso un cambio fundamental en la organización del Estado colombiano por cuanto su estructura administrativa no era garantía para el desarrollo de regiones como el Caribe, debido a que el modelo de desarrollo era eminentemente centralista. “(…) No se manejan recursos del crédito y por tanto no existe autonomía, mientras que el 70% de las inversiones públicas la hacen los Institutos y Ministerios disminuyendo con ello la libertad en el manejo de nuestras propias riquezas naturales. Mientras que el monto de la inversión realizada por el Estado en el departamento de Antioquia en el periodo 1940-1980 ascendió a la suma de 4.000 millones de dólares, para los departamentos de la Costa en conjunto la inversión fue de solo 1.000 millones de dólares. Además, el país cada día se endeuda más y la inversión no crece al ritmo de las crecientes necesidades regionales; los Ministerios han perdido el poder de la inversión; los organismos descentralizados tienen grandes deudas; el clientelismo absorbe el 83% del gasto, y las corporaciones actuales, las cuales fueron fruto de la holgura fiscal del Estado, a excepción de la C.A.R y de la C.V.S., se hallan padeciendo la misma crisis del centralismo, por lo que han dejado de ser instrumentos de desarrollo”[5].

Frente a esa desmesurada concentración del desarrollo en la región andina del país, en desmedro de las oportunidades de progreso de las regiones periféricas, Fernández Badel edificaría un discurso descentralizador, edificador y precursor de lo que un año después sería la propuesta del Director Ejecutivo de la Cámara de Comercio de Sincelejo, Luis Manuel Espinosa, de crear un consejo regional de planificación que permitiera articular los diversos niveles del Estado regional y administrar los beneficios de la participación de la costa en las regalías del carbón y otros recursos naturales cuya explotación se iniciaba. En ese sentido, Fernández Badel entendía la descentralización como una estrategia multidimensional que implicaba, por un lado, la devolución del poder a las regiones que le había sido arrebatado por la Nación mediante la  Constitución de 1886; por otro lado, la articulación entre los diversos niveles de decisión y de ejecución de las políticas públicas, y finalmente la concertación permanente entre los municipios, departamentos, regiones y el Estado central. “Eso lo quiere la Costa, y es lo que ha estado induciendo desde hace varios lustros, ante la inoperancia del estado centralista, ante esta letargia para desarrollar efectivamente a las regiones. La Costa ya obtuvo consenso regional alrededor de una fórmula que fue el SIPUR, como primera etapa. Ahora queremos ser región planificadora[6]. Esto último lo dijo en 1982, en el II Foro Costeño de Cartagena, tres años antes de expedirse la ley 76 de 1985, que creó los CORPES, y nueve años antes de que se consagrara en la Constitución de 1991 la figura de las regiones administrativas y de planificación –RAP.

Un adalid a recordar y exaltar

Ramiro Fernández Badel debe ser recordado y exaltado como un adalid de la lucha de la región Caribe colombiana por lograr su autonomía política territorial. Igual que otros luchadores y luchadoras recientes de la integración regional (José Tcherassi Guzmán, Orlando Fals Borda, Amílkar Acosta Medina, Ramiro de la Espriella, Juan B. Fernández, Pedro Martín Leyes, Luis Rodríguez Valera, Elvia Mejía Fernández, Eduardo Verano de la Rosa, Cristian Moreno Panezo, Omar Diazgranados, Jorge Barraza Farak, Piedad Zuccardi, Cecilia López, entre otros y otras), el nombre de Ramiro Fernández Badel debe ser escrito en letras doradas en las páginas de la historia del Caribe colombiano y del país. Sobre su extraordinaria personalidad y fecundo pensamiento regionalista (contenido en numerosos ensayos universitarios, artículos de revista, planes de desarrollo, estudios sectoriales y en un sinnúmero de hermosas cartas que escribió a su esposa y a sus hijos donde trascendía lo puramente familiar) aún hay mucho por decir y ha de ser objeto de posteriores reflexiones de la historiografía regional. ¡Paz en su tumba!  

Cartagena, enero de 2011.


[1] Programa de Desarrollo Rural Integrado
[2] Foro de Barrancas, Guajira, 1981. (En: Ramírez del Valle, Bernardo. “La Integración Costeña. El Conpes Regional”. Cartagena: Editorial Costa, 1986).
[3] Discurso en la Cumbre de Riohacha de 1983. "En Busca de una nueva Estructura Institucional". (En: Ramírez del Valle, Bernardo. Op. cit.).
[4] Ídem.
[5] Ibídem.
[6] Cumbre de Gobernadores Costeños. Conclusiones. Cartagena, diciembre de 1982.

1 comentario:

  1. Me uno al homenaje al ilustre Planificador de la Costa Caribe, RAMIRO FERNANDEZ BADEL. Lo conocí personalmente en el Palacio la Concepción (Gobernación de Sucre), Año 1976.
    Una vez lo escuche decir en una conferencia: "Si los recurso del Cerrejon no se Invertían en las Comunidades Indígenas, Solo le quedarían los socavones o huecos al pueblo Guajiro".

    ResponderEliminar